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LIDERANDO DE AQUÍ HASTA ALLÁ

Hace un par de semanas conversaba con algunos ejecutivos amigos costarricenses en el marco de una actividad académica y en medio de una amena y distendida plática, algunos de ellos expresaron su creciente frustración al hablar de la visión de su organización como factor de motivación para colegas y colaboradores. Ciertamente, argumentaban, en la mayoría de los casos la visión no pasa de ser una “declaración de intención” que pocos conocen y muchos ya olvidaron, y que sólo alcanzan a recordar cuando la leen en un banner o en un cuadro colgado de alguna pared, o bien cuando en la reunión anual de planificación “el máximo jefe” se encarga de refrescarla. Todos aquellos que hemos participado de un ejercicio para definir la visión de una organización, sabemos lo estimulante que resulta sentirse parte de este tipo de procesos. No sólo porque nos sentimos incluidos, y consecuentemente importantes dentro de la organización, sino también porque al final tenemos un norte hacia dónde orientar nuestros esfuerzos y nosotros hemos ayudado a encontrarlo, lo que facilita su apropiación. El desafío está en cómo hacemos realidad esa visión, cómo llegamos sin perder el entusiasmo, o peor aún, sin olvidarla en el camino. Por supuesto, debemos tener una visión que indique hacia dónde nos dirigimos, pero también es importante que lleguemos ahí, lo cual implica ejecución. Por tanto, hay que equilibrar el pensamiento y la acción a corto y largo plazo.

DEFINIR LA VISIÓN DE NUESTRA ORGANIZACIÓN O DE LO QUE QUEREMOS LLEGAR A SER, NO GARANTIZA NECESARIAMENTE QUE LA ALCANCEMOS

Un error muy común es asumir que al tener una visión con la cual nos sentimos todos cómodos, hemos llegado ya a la meta. Es decir, pareciera que el trabajo termina con la redacción de la visión. Nos damos por satisfechos cuando logramos identificar y plasmar lo que deseamos llegar a ser en el largo plazo……pero a veces olvidamos que para llegar allá es preciso establecer los mecanismos, las acciones, las actividades, los objetivos que cotidianamente nos irán acercando un poco más a ese ideal. Dicho de otra forma, las organizaciones y sus líderes deben estar conscientes que definir la visión no es el fin del proceso, más bien es el punto de partida desde el cual comenzamos a planificar de forma estratégica para que cada una de nuestras acciones diarias contribuyan a su concreción. Por tanto, es necesario que colegas y colaboradores vean con claridad la conexión existente entre lo que hacen aquí y ahora (hoy) y la meta futura por lo que trabajan (visión).

Algo similar ocurre a nivel personal. Cuando tenemos la oportunidad de realizar coaching, observamos el interés que despierta en nuestros clientes el momento en que los confrontamos con sus aspiraciones más profundas. Cuando exploramos con ellos la diferencia existente entre el “yo actual” y el “yo ideal”, percibimos con rapidez el entusiasmo que genera construir una visión de lo que se quiere llegar a ser. No obstante, disponer de una imagen clara del “yo ideal” no asegura alcanzarla. Aunque esto parezca obvio, lo cierto es que muchas veces cuando tenemos consciencia de la meta que queremos lograr asumimos automáticamente que en algún momento llegaremos a ella, incluso casi por una suerte de acto divino. Olvidamos el camino que hay que recorrer, la brecha que hay que cerrar y, por tanto, las cosas que día a día debemos realizar para hacer de la visión una realidad.

Pensemos en una persona que desea acceder a un puesto gerencial en su organización, pero que primero necesita mejorar su competencia en el dominio de otros idiomas distintos a la lengua materna. Se ve a sí misma como gerente de departamento y dirigiendo un equipo de trabajo, visión que tan sólo imaginarla la motiva y la inspira a seguir en la organización. Sin embargo, esta persona nunca se inscribe en un curso de idiomas, no recibe clases privadas con profesores de idiomas, ni siquiera ve o escucha programas en otro idioma que no sea el materno. ¿Podrá entonces cerrar la brecha existente entre el “yo actual” y el “yo ideal”? ¿Logrará concretar su visión?

Si la visión es el destino final, liderar y autoliderarse implica -entre otras cosas- construir los puentes necesarios para mantener la conexión entre nuestras decisiones y acciones cotidianas, y el punto de llegada. Consciencia y responsabilidad propia, dos principios fundamentales del coaching, son también básicos para cuestionarnos a diario si lo que estamos haciendo nos acerca a nuestra visión. Sin esa conexión, la visión pasa rápidamente a ser una simple “declaración de intención” y nuestros esfuerzos pierden una importante fuente de motivación y sentido estratégico.

Carlos Arroyo Borgen