Ciertas metas acostumbran a no faltar en nuestras listas, por ejemplo, “bajar de peso”, “ordenar mis finanzas”, “hacer ejercicio”, “emprender un nuevo proyecto”; por mencionar algunas. Pero cuando me propongo “bajar de peso”, ¿de cuántos kilos o libras hablo exactamente y en cuánto tiempo?, ¿cómo lo haré?, ¿cada cuánto mediré el progreso alcanzado? Si pretendo “ordenar mis finanzas”, ¿a qué me refiero concretamente?, ¿cómo están mis finanzas al iniciar el año y cómo quiero que estén al finalizar?, ¿cuál es el plan de acción a seguir para lograrlo? Cuando me planteo “hacer ejercicio”, ¿qué tipo de ejercicio realizaré?, ¿con qué frecuencia lo haré?, ¿por cuánto tiempo me ejercitaré? Si mi propósito es “emprender un nuevo proyecto”, ¿qué tipo de proyecto desearía iniciar?, ¿cuánto estoy dispuesto a invertir en tiempo y dinero?, ¿puedo hacerlo solo o debo buscar socios?, ¿cuáles son los pasos o etapas que tengo que contemplar? Estas son solamente algunas preguntas que deberíamos responder cuando nos trazamos metas como las citadas. ¿Estamos seguros que siempre lo hacemos?
En ocasiones cuando tratamos de precisar mejor nuestra lista, el entusiasmo nos desborda y terminamos fijando metas cuyo cumplimiento se ve comprometido desde el inicio. Retomemos el ejemplo de “hacer ejercicio” y pensemos en alguien cuya meta contempla “correr una hora diaria todas las mañanas”. ¿Será realista que una persona que no practica ningún tipo de ejercicio físico pueda repentinamente comenzar a correr una hora, todas las mañanas, los siete días de la semana? Asimismo, ¿qué tan factible sería que una persona que intenta “bajar de peso”, incluya como parte de su meta “perder 2 kilos por semana” sin ningún plan nutricional y sin control médico previo? Recordemos que uno de los factores que motiva a trabajar de forma consistente en nuestras metas es la capacidad real que tengamos de cumplirlas y la sensación constante de logros que nos van acercando poco a poco al objetivo final.
Nunca es tarde para revisar y ajustar nuestras metas, de hecho parece más conveniente hacerlo con cierta frecuencia que tener que reciclarlas año tras año. Por ello, al momento de definir o ajustar las metas que nos hemos propuesto, debemos considerar que su grado de cumplimiento podría ser mayor si logramos que cada una de ellas sea: específica para evitar ambigüedades, medible para llevar un control de su progreso y resultado final, alcanzable para que sea realista de cumplir, relevante para que mantenga la motivación necesaria en nosotros, y programada en el tiempo para que nos imponga plazos para su realización. Asimismo, es preciso recordar que nuestras metas no deben ser una camisa de fuerza, un sacrificio insufrible, una mochila pesada de cargar o un conjunto de aspiraciones cuyo cumplimiento en la práctica nos resulta altamente agotador mental y físicamente. Las metas están llamadas a despertar motivación, entusiasmo, alegría y deseos de superación, por lo que trabajar en ellas debería entenderse más como un disfrute que como un castigo u obligación. Es por eso que la manera en que las visualizamos y redactamos puede o no ponernos en el camino correcto hacia su cumplimiento.