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VIVIR PARA SER FELIZ O PARA HACER FELIZ
“No te hagas pedazos para mantener a los demás completos”. Esta frase la leí hace un par de días en una foto de mi muro en Facebook y me recordó la anécdota que contó un participante durante una charla sobre liderazgo intergeneracional que impartimos el mes pasado.
Contaba este ejecutivo que un día recibió una llamada de desesperación de sus padres. Su hermano menor – son 3 hermanos -, quien apenas supera los 20 años, había decidido tomar un año sabático y renunciar a su trabajo, estudios, reunir sus ahorros y viajar a Tailandia. Los padres alarmados recurrieron a sus hermanos mayores para que trataran de disuadirlo. Obviamente todos estaban desconcertados, pues la idea no parecía tener ni pies ni cabeza y solo alcanzaba para juzgar de “loco” al joven. Cuando se sentaron a platicar y el menor de los hermanos fue compartiéndoles los pormenores de su plan, el cual tenía armado al detalle, pero sobretodo cuando lo escucharon decir que en ese momento de su vida no había nada que pudiera hacerlo sentir más feliz, entonces la idea ya no lucía tan descabellada y todos se mostraron más receptivos.
LAS PERSONAS QUE REALMENTE NOS QUIEREN, NO VAN A RESPONSABILIZARNOS DE SU FELICIDAD O DESGRACIA
Aunque no siempre nuestras decisiones puedan parecer tan radicales como las del joven de la anécdota anterior, ¿cuántas veces las decisiones y acciones que adoptamos responden verdaderamente a nuestro propio deseo de ser feliz? O por el contrario, ¿cuántas de esas decisiones y acciones están motivadas por la sensación de “obligación” o “responsabilidad” que ilusoriamente tenemos de que ellas harán feliz a los demás?
En mi experiencia como coach he tenido la oportunidad de conversar con muchas personas a nivel individual y colectivo y créanme cuando les digo que no son pocas las que no renuncian a su trabajo para dedicarse a lo que en verdad les gusta porque cada vez que lo han intentado tienen discusiones con su pareja. “A mí me parece bien ese trabajo que tenes y serias un tonto si lo cambias, además nos da estabilidad”, son el tipo de respuestas que escuchan de su pareja cuando les comparten la insatisfacción con su trabajo y la idea de buscar una opción laboral motivacionalmente más atractiva. Asimismo, muchas personas deciden permanecer en sus relaciones matrimoniales o de noviazgo, aunque no se sientan plenas ni felices, solo por las presiones familiares o los estigmas sociales. “Yo prefiero seguir casado por mis hijos y porque mis padres se mueren de un infarto si me divorcio. Además, qué va a decir la gente?”. Lo interesante del caso es que las personas que realmente nos quieren, no van a responsabilizarnos de su felicidad o desgracia condicionándola a nuestras decisiones y acciones. Todo lo contrario, nuestra felicidad debería ser motivo de felicidad para los que nos aprecian de forma genuina.
No es cuestión de alentar un sentido de irresponsabilidad en los demás, sino tratar de despertar la conciencia respecto a dos cosas en particular: ¿a qué o quién responden mis decisiones y acciones, en especial aquellas que me producen felicidad?; ¿mis decisiones y acciones en verdad me están dando la felicidad que deseo?
En lo personal considero que vale la pena preguntarse si vivimos para ser felices nosotros, es decir, para decidir y hacer aquello que nos proporciona ese estado emocional interno de armonía, paz, tranquilidad, plenitud, bienestar y satisfacción; o si por el contrario, vivimos para tratar de complacer y quedar bien con demás…aún a costa de nuestra propia felicidad. Para evitar resolver este dilema, algunas personas dejan su vida en manos de otras y se acostumbran/acomodan a que decidan por ellas, o igual se escudan en lo que argumentan que es socialmente “correcto”. En otras palabras, hay quienes prefieren que otras personas les digan qué deben hacer, o no hacer, para lograr la felicidad; qué es lo bueno y lo malo según la sociedad. Usualmente estas personas se quedan atrapadas en la inseguridad y en la indecisión cuando deben dar un paso al frente y decidir a partir de sus propios sueños y deseos.
Nos pasamos la vida tratando de satisfacer a otros: primero a nuestros padres; luego a nuestra pareja; después a nuestros hijos; en algunas ocasiones a los amigos, familiares, colegas de trabajo o a la sociedad en su conjunto. ¿Cuándo entonces nos arriesgamos a actuar en correspondencia con nuestros deseos, con lo que nos gusta, con lo que nos hace sentir felices? Hasta nos sentimos culpables o egoístas cuando llegamos a hacerlo.
Las decisiones y acciones que están alineadas a los sueños y deseos de la persona – los que uno elige libremente -, proporcionan más sensación de armonía, paz, tranquilidad, plenitud, bienestar y satisfacción. Nos acercan a la felicidad. En contraposición, aquello que hacemos porque “tenemos que hacerlo” o porque nos dicen que debemos hacerlo, suelen generar contrariedad interna, malestar y tristeza. Nos alejan de la felicidad. Lo anterior significa que en la medida de lo posible, sin desconocer los desafíos y limitaciones que impone la vida, la felicidad está directamente relacionada a la capacidad que tenga cada uno de tomar sus propias decisiones y de hacer aquello que le mantenga fiel a sus sueños y deseos.